Desde que supe que
estaba embarazada traté de enfocarme en todo lo positivo y disfruté mi barriga
de principio a fin. Por supuesto, también leí y escuché información que daba
miedo, como por ejemplo: la posibilidad de un parto prematuro. Nunca pensé que
me fuese a pasar a mí. El control prenatal tampoco daba indicios de esta
posibilidad. Nada de lo que uno planifique está completamente asegurado. ¡Esto
sí es seguro!
A las 4:30 a.m.
salimos a la emergencia. Estaba bastante tranquila. Pensaba que todo podía
controlarse. A las 9:30 a.m. ya era un hecho: hubo una ruptura prematura de
membranas; la bebé tenía que nacer. Cuando la doctora que estaba de guardia me
dio la noticia rompí a llorar aterrorizada, ¡era muy pronto! Todos me pedían
que me calmara, pero era muy difícil. Logré contenerme un poco, confiando en
Dios y en mi médico, y gracias a la compañía de mi esposo y mis padres. Mi
obstetra llegó y luego de media hora de lucha para ponerme la epidural -lo que
para mí fue una eternidad- el martes 29 de enero de 2013, a las 11:53 a.m., con
30 semanas y 3 días de gestación, nació Abril.
La escuché llorar y
eso me tranquilizó un poco, pero no sabía qué pensar; me sentía perdida, sin
ninguna certeza. Me salían lágrimas incontrolablemente, respiraba profundo para
no perder el control. El neonatólogo que la recibió la acercó unos segundos a
mi lado y me dijo: ''yo soy el Dr. que recibió a tu bebé, no puedo decirte nada
porque es muy pequeña'' y se la llevó.
Más tarde en la
habitación me dijeron que estaba estable, que probablemente tendría que
quedarse dos o tres semanas en la UCIN y que cuando pudiera pararme a caminar
podía ir a verla. Luego mi esposo me mostró en su teléfono una foto que le
permitieron tomar (bueno, dos) Creo que no reaccioné. Se me hizo un nudo en la garganta. Seguía sin
comprender nada.
La primera vez que
entré en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal para conocer a mi bebé no
recuerdo a nadie. Tengo una visión borrosa de ese momento. Todavía
recuperándome de la cesárea, adolorida, nerviosa, entré con la ayuda de una
enfermera, (lo sé porque hay una foto de ese momento). Sé que me puse a llorar cuando la vi. No recuerdo
nada más, sino a una de ellas diciéndome que no llorara porque los bebés
sienten y perciben nuestras emociones, que ella me necesitaba feliz. Esa visita
duró unos pocos minutos.
Era flaquita, pero
larga. Pesó 1,605 gr y midió 43 cm. Impresionaba ver cómo se movía su
respiración, los cablecitos, los ruidos
de los monitores. Cuando llegaban otros bebés que nacieron a término, se veían
tan grandes y gordos que yo no me explicaba cómo podrían estar en la barriga de
nadie y reía. De todos modos, trataba de no hacer comparaciones. No era ni sano
ni justo ni útil.
Cuando me dieron de
alta y fui a verla ese día por última vez, antes de venirme a casa sin ella,
fue horrible. Tenía el estómago hecho una pasita. Todo me dolía, el corazón
también. Sabía que estaba bien, pero no estábamos juntas. No la había podido ni
tocar siquiera. Esto no estaba en los planes.
Abril tuvo que
quedarse en la UCIN por 23 días. La visitábamos dos veces al día. Pudimos
tocarla al tercer día y cargarla tres días antes de traerla a casa.
Cada dos días la pesaban, así que cada dos días esperábamos ansiosos a que nos dijeran cuánto había aumentado de peso. Cuando comenzaron a alimentarla por succión fue otra alegría. Llevarle leche materna, medias, manoplitas y una cajita de música era la manera de sentir que algo hacíamos por ella. Ni hablar del día que nos dijeron que le lleváramos tres mudas de ropa, pues al día siguiente la pasarían a una cunita para asegurase de que ya podía auto regular su temperatura. Todos los días era una conquista.
Cada dos días la pesaban, así que cada dos días esperábamos ansiosos a que nos dijeran cuánto había aumentado de peso. Cuando comenzaron a alimentarla por succión fue otra alegría. Llevarle leche materna, medias, manoplitas y una cajita de música era la manera de sentir que algo hacíamos por ella. Ni hablar del día que nos dijeron que le lleváramos tres mudas de ropa, pues al día siguiente la pasarían a una cunita para asegurase de que ya podía auto regular su temperatura. Todos los días era una conquista.
A quienes les toque
pasar por esa sala no duden en hacer amistad con los otros padres que están
pasando por una situación igual o similar. Eso les dará fuerza, apoyo, aliento
y alegría en medio de la angustia. Yo les agradezco profundamente a estos
padres y a sus bebés.
¡Qué alegría cuando
por fin pudimos traerla a casa! ¡Y qué miedo! Casi no dormíamos vigilándola.
Las tres primeras noches llamamos a la UCIN para preguntar cosas como que si
los ruiditos que hacía eran normales. Los próximos tres meses fueron un poco
solitarios porque no podíamos recibir visitas, nadie, excepto nosotros, debía
cargarla. Los exámenes, las
evaluaciones: neurológica, cardiológica y oftalmológica -que nos dio un sustico
pero no fue nada-, la fisioterapia; los trasnochos. Parece que no lo vamos a
lograr; pero les aseguro que sí, y también, que estos días de angustia pasarán.
Estos bebés son fuertes al cuadrado. Se recuperan, en la mayoría de los casos, muy
rápido.
Hoy Abril tiene 7
meses y está bien. Es una bebé sana. Sigue en control regular con pediatra y
especialistas, en fisioterapia para ayudarla en todas la etapas; ya está a
punto de sentarse sólita. Se ríe de todo y no se le escapa nada. Está
comenzando a comer sólidos y aunque, por ahora, parece que no le gustan la verduras,
le encantan las frutas. La cargamos y le
hablamos mucho. También ahora que no nos parece tan frágil duerme con nosotros
y ¡todos somos felices!
Historia redactada gracias a el apoyo y colaboración de la bella Abril y su mami @rosaprat
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